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Relaciones personales (3)

29 julio, 2013

Según pasaban los años y los cursos, Luis se iba sintiendo cada vez más integrado en la vida de la capital. A ello contribuía en parte su amistad con Mariano. Ambos se parecían mucho. A partir del segundo curso los dos acabaron viviendo en la misma pensión y a partir del tercero ambos compartieron la necesidad de buscar un trabajo como apoyo a la economía familiar.

El padre de Luis trabajaba como capataz en una finca de caza en un pueblecito de Guadalajara y el de  Mariano,  era agricultor en un cortijo de la provincia de Badajoz que explotaba ganado vacuno y cereal.

No eran años de muchas florituras económicas y ambos sentían un poco de pesar por no ayudar a sus padres y continuar estudiando.

Luis hizo “buenas migas” con los ayudantes de cátedra de Anatomía Patológica y por ellos pudo conseguir un empleo de auxiliar en el Instituto Anatómico Forense. No era un empleo del que poder presumir en público, ya que a la mayor parte de la gente y a las chicas en particular,  lo de trabajar con muertos les daba cierta aprensión, pero a él le arreglaba, y mucho, la vida.

Le proporcionaba un dinero extra que le venía estupendo para no “sangrar económicamente” a sus padres y tenía un horario cómodo, ya que, al sólo trabajar tres tardes a la semana y fines de semana alternos le permitía, organizándose bien, estudiar y salir a tomar el aire con sus compañeros, de vez en cuando.

Mariano, no tuvo tanta suerte a la hora de encontrar un trabajo a tiempo parcial. Descargaba camiones en el mercado central cuatro o cinco veces por semana. Le contrataban de apoyo y no tenía nunca muy claro que días le iban a llamar, pero por ahora, había sido lo único que por horario le había permitido compaginar sus estudios de forma más o menos clara. Si algún día estaba demasiado cansado podía incluso saltarse las primeras clases en la facultad ya que su amistad con Luis le proporcionaba coartada y apuntes con los que cubrirse.

Como la relación que Luis deseaba con Maya no avanzaba por el camino que a él le hubiera gustado, Luis decidió abrirse a otras posibilidades y eso hizo que comenzara a prestarle más atención  de la inicial a Marisa.

Marisa seguía  siendo aparentemente la estirada del primer año, pero una vez roto el hielo y compartidas muchas cañas en el bar de Medicina y muchas más confidencias fuera de clase, en tercero, la situación entre ambos se había vuelto divertida y lo cierto es que bastante práctica para los dos.

Marisa había nacido y vivido siempre en Madrid y tenía un círculo de amigos grande. Tenía varios hermanos de edades cercanas y eso siempre ayudaba en la vida social. Según se afianzaba su relación con Luis, estos amigos iban siendo compartidos y las relaciones de Luis con entornos más amplios iba siendo una realidad de la que de forma esporádica, también iba formando parte Mariano.

Cuando estaban en enero del año en el que cursaban tercero, Luis fue testigo involuntario de una situación que le vino inmediatamente grande. En Bioquímica comenzó a darles clase un adjunto nuevo. El titular tenía varios ayudantes pero uno de ellos era el que siempre se hacía cargo de sus clases estaba repentinamente de baja porque le tenían que operar del corazón. Era un profesor agradable. Un hombre de mediana edad, calvo y con prominente barriguita que les trataba como si fueran sus hijos y que siempre estaba disponible para consejos y preguntas. Un profesor vocacional y entregado. Nada que ver con quien se hizo cargo de sus grupos a partir de su involuntaria ausencia.

El doctor Diego Garrido era un treintañero de buena planta. Llevaba tres años como adjunto en Bioquímica. Estaba casado, pero tenía una desmesurada afición por las estudiantes, sobre todo si estas estaban de “buen ver” y Maya, además de buena alumna, contaba con un físico agradable.

No se podría decir que fuera espectacular, pero sí que con frecuencia recibía una segunda mirada de apreciación de los nuevos compañeros o profesores con los que se relacionaba.

Cuando el “nuevo” de Bioquímica se incorporó a sus clases, Luis sorprendió a Maya, varias veces, mirando al Dr. Garrido casi “con la boca abierta” mientras éste les planteaba el tema de la clase. Mientras él estaba vuelto de espaldas y escribiendo en la pizarra pudo ver a Maya y a otras cuantas compañeras literalmente a punto de “babear”, pero la actitud de las demás no era importante.

El repentino estado de “ensoñación” de Maya sí que captó de inmediato la atención de Luis.

A partir de que su relación con Marisa se iba haciendo más cercana, sus clases iban exigiendo más atención y su trabajo temporal le absorbía una buena parte de tiempo libre, las confidencias con Maya se habían ido espaciando y la atención prestada a sus problemas o necesidades había ido menguando para hacer frente a sus propios deseos, dejando de darle la prioridad que antes le regalaba.

Maya parecía a punto de entrar en una fase de encantamiento.  Luis oyó una vocecita de alarma en su cabeza, pero aún no reaccionó. Fue el primer aviso. Poco tiempo después se encontró pensando que las primeras impresiones son fundamentales y que había sido un necio por no escuchar la primera señal de alerta.

(Continuará)

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One Comment
  1. CARLOS permalink

    Me gusta la historia y como la escribes, pero………………………..¡Siempre me dejas con el caramelito en los labios! ¿No podrían ser las entregas un poquito más extensas? Lo digo por aquello de no perder el hilo. Me envias de vuelta a nuestra niñez, a aquellos tebeos o revistas juveniles que contaban historias semanales que dejaban lo más interesante para la próxima semana………¡que rabia me daba oye! Estaba esperando ansiosa que saliera el dichoso tebeo. Pues mira tu por donde……….¡He vuelto al kiosko de la glorieta de Bilbao madrileña a través del tiempo y con nuevas técnicas! Besitos guapa.

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